miércoles, 21 de marzo de 2012

Texto Reflexivo

LA VIRGEN MARÍA, ADORACIÓN E IMAGEN ETERNA

     “La Virgen María, según la presentación romana, es una ficción eclesiástica que ha crecido con los siglos hasta ser hecha un dogma de la Iglesia Católica por la declaración arbitraria de Pío IX, de que ella nació sin pecado y vivió así. La virtud casi omnipotente de ella es calculada para obscurecer la obra de expiación de Cristo y la suficiencia plena de su intercesión a la diestra de Dios.”1

Para un cristiano fiel, piadoso y devoto,  la Santísima Virgen María es la Madre de Dios y por ende, se le debe venerar y honrar. María, tiene un lugar privilegiado en la Iglesia Católica, pues desde su tradición creemos que ha tenido una vida de castidad y pureza, de tal manera que Dios la consideró digna de ser la mujer y madre en la cual se encarnó el Verbo de Dios.
Esta elección divina no fue un azar del destino, sino por la plenitud y sinceridad de las virtudes que ella manifestaba; Dios miró su corazón invadido por la fe y la humildad, pues, en esa humildad de la Virgen, está la máxima expresión de sus virtudes.

Alrededor de la historia de la humanidad, se han creado diversas manifestaciones artísticas sobre la concepción en lo referido a la Virgen María, esto es, las diferentes interpretaciones de cada una de las clasificaciones existentes de ella, cada una tiene una acepción dependiendo de sus elementos compositivos y en la forma en que se representa, develando aspectos y características propias de la religión ortodoxa, con el fin de garantizar en la persona devota sentimientos y reafirmar su creencia en los principios evangelizadores. Es así, que cada cultura, cada país posee una iconografía diferente de la imagen de la Virgen María, en donde refleja las tradiciones y estilos de vida de la región.

En la actualidad, se evidencia que el rezo, el culto y la devoción en general de los íconos religiosos para la comunidad católica, apostólica y romana, se debe en parte al legado, tradición y enseñanzas con las que nuestras familias nos formaron en principios, valores y religión; esto no quiere decir que, esa devoción o adoración a los “seres supremos” sea en vano o por ser impuestos como una obligación, solo es cuestión de hábitos y costumbres con los que se educa, los cuales son indispensables e inherentes para la formación y constitución como ser que habita en una sociedad, en donde debe valerse de argumentos, posturas y formas de pensar para enfrentar en el día a día y, así identificarse de los otros.

Aunque para muchos otros el hecho de venerar la imagen de santos o rezarle, adorarle e idolatrarle, vaya en contra de sus principios y creencias predicadoras; aunque existan y sean cada vez más evidentes y frecuentes las diferencias, las contradicciones y los enfrentamientos hacia la forma en que la Iglesia ha manejado la religión y ha hecho caso omiso - por decirlo de alguna forma - a lo que predica el libro sagrado, la Biblia, que no se debe adorar ni rendir culto alguno a estatuas e imágenes, solo existe un Dios y a él se debe adorar, vemos y compartimos la postura del catolicismo de justificar que el hecho de decorar y contar con imágenes de santos en las iglesias, no es sinónimo de ir en contra de las posturas evangelizadoras ni mucho menos el fomentar en los discípulos comportamientos considerados como pecados, todo radica en la posibilidad que brindan estas imágenes y estatuas de tener y contar con la “certeza” de que lo que se está rezando y ofrendando, tiene un “receptor”, y no se  le está pidiendo al aire, a la nada, es una forma de visualización necesaria para establecer un sistema de significación propio de la actividad comunicativa, con la que a diario nos enfrentamos – emisor – mensaje – canal – receptor.


  Podemos decir que el culto mariano se ha desarrollado hasta nuestros días con admirable continuidad, alternando períodos florecientes con períodos críticos, los cuales, sin embargo, han tenido con frecuencia el mérito de promover aún más su renovación.

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